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Textos sobre mi obra

Arriba las voces: poesía de mujeres institucionalizadas en el Moyano.

Inés Hayes. Las 12. Página 12. 21/11/2022.

Levanta la palabra, de la poeta y artista Tamara Domenech, rescata los textos de un taller de escrituras que funciona adentro del hospital psiquiátrico y en ese gesto pone en circulación sus versos, sus modos de ver y sentir el encierro y la estigmatización pero también el amor, la poesía y la amistad.

Por Inés Hayes

“¿Cómo había llegado allí?, ¿qué personas de mi entorno familiar y qué artistas habían padecido sufrimientos mentales?, ¿qué relación existía entre aquéllos y el contexto en el cual habían vivido?; ¿cómo habían sido clasificadas sus biografías y, por lo tanto, fijadas, pese a que sus trayectorias, justamente, pretendieron mover lugares establecidos?”, se preguntó la escritora Tamara Domenech cuando asistió durante todo un año al taller de poesía que Daniel Grad desarrolla en el Pabellón de Terapia a Corto Plazo del Hospital Moyano.

“Durante esa experiencia me dieron ganas de reunir sus textos”, dice Domenech a Las12. Levanta la palabra es el libro que, realizado con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y editado por Ediciones Presente, recoge las palabras de estas mujeres para que podamos leerlas y escucharlas.

“Como el tallerista administra un blog, me propuse buscar entradas en las que hubiera poemas, textos y dibujos. El período abarcó desde marzo de 2018 al mismo mes de 2021. Me interesa dar a conocer voces que no circulan en espacios de formación, medios, librerías”, cuenta Domenech.

El libro se centró en la búsqueda, recolección, transcripción y reunión de escrituras realizadas por mujeres en el Taller de Poesía que lleva adelante Daniel Grad en el Hospital Braulio Moyano y que son subidas por él a un blog que se llama APOA -Asociación de Poetas Argentinos- en el Moyano. “En este sentido, transcribí los textos encontrados y los relacioné con otrxs autores cuyas obras había conocido antes, en un intento de asir lo que fue desmembrado, puesto que sus productoras habían sido separadas de sus hogares, sus rutinas y sus afectos”, explica la escritora.

Domenech dice también que el trabajo de recopilación y relación con experiencias previas produjo que se convirtiera en una exploración autobiográfica y “le di lugar, entre otras, a las siguientes preguntas: me interesó poner a disposición de las escrituras halladas un cuerpo inscripto en una historia, más que un conjunto de saberes que funcionan de manera independiente de la biografía, como si con ese gesto, ese peso, fuera posible trazar un camino que comunique el adentro y el afuera de las instituciones, abiertas o cerradas, en las que trabajamos, de manera de cristalizar la necesidad, el deseo, la obligación de leer, escuchar, mirar producciones que no forman parte de programas educativos ni medios masivos de comunicación para expandir, profundizar, crear diálogos donde no los hay”.

“Buscaremos las voces, las escrituras, huellas y dibujos de las mujeres que pasaron por el taller hasta encontrarlas, como si se tratara de una rama, piedra o caracol que nos llamó la atención por sus formas, colores, un modo particular en el que quedó expuesta, atrapada, exhibida, en una larga caminata a la orilla del mar. Recogeremos y reuniremos esos fragmentos, al tiempo de dedicarles una oración, cita, una compañía de la cual asirse”, se lee en el libro.

 

Respetar el cuerpo del texto

El abordaje, explica la escritora, fue, dado el contexto enunciativo de estas escrituras, respetar el cuerpo del texto entero y relacionarlo con otrxs autores a modo de conversación, constelación: “conjeturar preguntas en torno a la construcción social de alguno de los términos, como así también, de preguntas poéticas. Esta decisión, espero redunde en una reflexión intelectual respecto, no solo a cómo nos acercamos a los objetos/sujetos de estudio, sino cómo abordamos ese material, una vez que lo obtuvimos. Para no ser incongruente en torno a la relación entre las palabras, la poesía y la expresión, opté por este procedimiento, de modo tal, que las conclusiones no pierdan la temperatura que precisaron para enunciarse”.

A través de la escritura, se propuso Domenech, intentó unir lo que la realidad, en términos sociales, políticos, individuales, rompió. “En este sentido, lo que hice fue probar un experimento, de modo tal que las palabras, las reflexiones surjan en el hacer, no después de que algo se hizo y cumplan la función de reparación y se me ocurrió que, si copiaba los dibujos que habían realizado, el mismo movimiento de los útiles sobre hojas, me permitirían pensar y así arribé a las siguientes conclusiones: la primera es que, así como Roland Barthes se refirió a la importancia de la lectura en voz alta, pasar por el aparato fonador las palabras de los otros y otras, lo mismo ocurre si nuestras manos realizan los dibujos, delinean palabras. Es un modo de abrir canales de percepción, relativos a lo que sintieron, un modo de acercarnos, querer entender, mirar con mayor profundidad lo que esbozaron. Tenemos la posibilidad de remarcar líneas como señales amorosas en medio de otras figuras que connotan miedo, llantos, amargura”, cuenta Domenech en el libro.

En segundo lugar, tuvo que tomar la decisión respecto de qué materiales usar y buscó hojas número seis que dobló por la mitad y pastel tiza, un material que se desliza fácilmente, se volatiliza y parte queda en la hoja y el resto en el aire. “Me parece relevante pensar en los materiales cuando damos talleres, clases, hacemos un trabajo: ¿qué hojas usaremos?, ¿las mismas en las que los doctores redactan las historias clínicas? ¿biromes azules y negras como las que usan quienes escriben órdenes, prescripciones, recetas? Por qué no creer en que, desde el material, podemos proponer una vivencia distinta a la de todos los días. Detenernos sobre las superficies a escribir: ¿será papel blanco, manteca o cartulina? ¿La superficie es blanda, fuerte, ni una cosa ni la otra? Escribiremos con ¿lápices, pastel tiza, carbonilla, acuarela, marcador? Sobre las herramientas ¿queremos trazar, dejarnos llevar, mancharnos, que una gota lleve a la otra? ¿Deseamos que la superficie transparente lo que escribimos o no deje pasar la luz, nos oculte, a trasluz, frente a lxs demás?”, se preguntó Domenech.

Lo que la escritora vio que se repetía en los dibujos de estas mujeres fueron soles, corazones y caras: “noté detalles que hubieran pasado desapercibidos; la oportunidad de continuar, interrumpir o tensar sentidos en la complejidad que se despierta a partir de reproducir, aparentemente, líneas simples”, se lee en Levanta la palabra.

En el libro hay además un anexo en el que Domenech reúne acercamientos a las instituciones con entrevistas a Daniel Grad y a poetas que visitaron el taller como Cecilia Perna, Roxana Molinelli, Karina Macció y Alicia Saliva, como también, a Silvia Maltz, Claudio Pansera y Santiago Barugel, profesionales y docentes que trabajan en el Hospital Moyano y en neuropsiquiátricos cercanos como el Hospital Borda destinado a hombres y el Carolina Tobar García, a jóvenes.

 

En Levanta la palabra se pueden encontrar además poemas que la escritora escribió durante los meses en los que participó del taller, a modo de notas de campo: “pensé este recorrido para que las palabras de las mujeres internadas fuesen convidadas a los invitadxs, preparé una sala imaginaria para quienes quisieran acercarse a escucharlas”, dice Domenech.

El libro se puede conseguir escribiendo a: presenteediciones@gmail.com

Levanta la palabra. Ediciones Presente. 2022.

Este nuevo libro de a Tamara indaga más que investiga ya que no se propone crear certidumbres como se suele suponer en los trabajos académicos o científicos. Y eso es algo bueno, sobre todo en materia discursiva: no cerrar sentidos.

Levanta la palabra reúne las escrituras de las pacientes internadas en el hospital neuropsiquiátrico Moyano fruto de talleres de poesía a los que le suma saberes previos: su propio arte y lecturas, la literatura u obra de artistas clasificados como “locos” y una propia exploración biográfica en relación con la salud mental.

Tamara comenzó a realizar un diálogo entre la experiencia de este taller y lo antes mencionado. Un diálogo que existe pero que está invisible, desjerarquizado. Pertenece al tipo de narraciones cotidianas que abrazan padeceres y saberes pero no ocupan una escena central que nos permita pensar menos en soledad.

Con este libro, ella levanta las palabras de estas mujeres con el mismo gesto político que en su libro Recolección levantaba basura-tesoros y surgía un poema, como en su libro Ello -Ella y Yo- levanta las palabras e historias de vida compartidas en viajes al conurbano y lo transforma en relatos donde el límite de los sujetos es indecible, como en su otro libro de poemas La escuela, el castillo formado con los fragmentos chusmeamos en la puerta del colegio de mujeres que cuidan hijos, vidas.

La atención al otro es constitutivo de toda la obra de Tamara.

En este caso, explora la no ficción, el ensayo afectuoso, lo biográfico en la línea de Vinciane Despret, en esa búsqueda de lo singular, en la saga de las narraciones de vidas que nos rebelen contra las clasificaciones, las universalizaciones y en especial las jerarquizaciones y sistemas de legitimación que solo reparten dolor en injusticia.

Para cerrar, sumando algunas orientaciones más sobre este libro (meta de toda presentación) agregaría a las preguntas guía presentes en la síntesis del libro: ¿cómo había llegado allí, qué personas de mi entorno familiar y qué artistas habían padecido sufrimientos mentales, qué relación existía entre aquellos y el contexto en el cual habían vivido, cómo habían sido clasificadas sus biografías y por lo tanto fijadas, pese a que sus trayectorias justamente pretendieron mover lugares establecidos?

Agregaría las siguientes: ¿cuándo es arte, qué puede hacer la poesía por los otros, qué fantasías pequeñoburguesas iluminan algunas escrituras y ocultan otras, qué narraciones dibujos hechos artísticos cotidianos han colaborado en la construcción de sentidos como la libertad, el amor, la empatía, el placer y la Paz?

 

Noelia Rivero

Eyo  –Ella y Yo–.  Editoras Outsider. 2022.

Los relatos de Eyo –Ella y Yo– se desubican de los parámetros convencionales de los géneros literarios: cuentan historias pero no transitan el disparo del cuento, concentran su fuerza en el signo, pero no son poesía, su origen está en el diálogo de los personajes que los habitan pero fundidos en una voz única que interioriza y mezcla todo. Son un más allá del monólogo interior, porque aquí lo importante es el otro, y cómo ese otro nos atraviesa. Cada episodio indaga en las grandes luchas cotidianas: un padre enfermo, la crianza de los hijos, el para qué de la educación, el espacio que ocupa el placer y el amor en cualquier relación entre vivientes, como un lugar legítimo para construir una crítica de los modos de existencia precarizados pero aún deseantes. Una escritura revolucionaria desde su experimentación con el lenguaje, su filosofía y su fuerte exploración de los afectos que nos constituyen.

En tu día. 2022

Tamara Domenech escribe, pinta, edita; para Tamara todo es materia de creación y de libertad. En tu día es una novela que transita por el delirio de una madre y como todo delirio es un viaje lleno de vericuetos imposibles de llenar. Una madre, como yo como vos, como cualquiera de nosotrxs (un padre también, pregunta la hinchada?... ) que un día se hace una pregunta que no puede sino perseguir y perseguir y así, enloqueciendo un poco nos invita a preguntarnos nosotrxs también por ese destino, por ese camino del que nunca estaremos segurxs pero al que no podemos más que acudir, como un llamado del amor...

Compartimos un fragmento:

"El silencio de Nene es una característica de su personalidad que con los años se acentúa y con ellos mi incapacidad para entenderlo y me pregunto: “¿estaré festejando su cumpleaños porque necesito ponerle sonido a su manera de ser? ¿Los festejos habrán sido recuerdos en un primer momento? ¿Estaré decorando preguntas con guirnaldas, globos, golosinas? ¿Querré tener un hijo distinto? ¿Estaré organizando esta fiesta para que otros niños me demuestren su cariño? ¿Hasta dónde es capaz una mujer de dominar el destino de una familia?” Y me respondo: “vamos hacia Antigua Casita”.
Seguimos en el auto. Marido mira adelante aceptando el presente tal cual es, pero no sé si es porque no se anima a cambiarlo, no le molesta o porque le gusta… (continuará)"

Hablar de una poeta es tan solo poner de manifiesto lo que la poeta dice de sí misma. Es tratar de expresar cómo la vida se nombra en ella. La dificultad consiste en descubrir tras los gestos de lo cotidiano, las máscaras de sus ceremonias ignoradas: tras los miedos, el goce, el fracaso o el exceso, reconocer su rasgo esencial, su palabra primaria, la caligrafía íntima de su propia contemplación.
La maternidad, pero la duda, el amor, la calma, la magia, el cansancio, la sexualidad, el lenguaje familiar, la muerte, en las visiones de Gabriela Bejerman y Tamara Domenech, aceleradas por el múltiple universo de los símbolos y gestos, son los mundos que conforman la esencia de estas obras.

En Nebli publicamos En tu día de @tadomenech y Aurelia de @gabrielabejerman 

Alrededor de una mesa de fórmica verde. Eugenia Pérez Tomas. 2021

A Tamara la conocí allá por el 2011 en una sala del Centro Cultural Rojas. Su voz aparecía en momentos quirúrgicos, como para mover las fichas exactas que anuncian el jaque. Tamara dijo: prefiero escuchar al resto porque me la paso todo el día hablando en casa. Alrededor de una mesa de fórmica verde es un ensayo sobre la escucha, sobre el recibir y también sobre el lenguaje que no tiene fin. Las escenas son una suerte de retrato familiar donde las mujeres de la historia tejen conversaciones que construyen los muebles de la casa, deshacen y hacen mandatos y son aliadas contra los espíritus capitalistas. La escritura de Tamara Domenech es una invitación a escuchar en la quietud el sonido de voces brillantes. Un libro coral, pienso, es también una escuela para aprender el idioma de los pájaros.

Una burbuja en el pico de una botella. Eloísa Cartonera. Gabriela Bejerman. Op. Cit. 2021.

 

Tamara Domenech: El movimiento del poema

 “Queremos lo que queremos porque nos gusta”. Queremos estar en nuestros poemas. Queremos movernos como se mueve la poesía. Saltar entre revelaciones, de un verso a otro, más adentro de los sueños sagrados que transforman el mundo en un hábitat que nos aloja desde el momento en que podemos construir fantasías sagradas. “Nadie le pide nada a nadie. / Excepto estar en su poema. / Un dibujo sagrado con los colores de los sueños”. 

En este libro, cada verso es una oración. Pero el punto no se usa como clausura, sino como trampolín donde rebotar, donde dar un paso aéreo y lanzarse hacia un nuevo lugar. Cada verso es un deseo soltado al aire. “Vayámonos por ahí a hacer un dibujo azul que borre. / Invitadas por la silueta de otro lugar”. Quien lea estos invitantes poemas de Tamara Domenech entregará la angustia del orden y elegirá, en cambio, desplazarse mediante pasos de baile, trazos coloridos. “Construyo un carrito para la escritura. / Lo engancho en la parrilla de atrás de una bicicleta verde antiguo. / Yo no escribo para inventar. / Escribo para expandir”.

Bailando como locas en el living de tus pensamientos. / Aunque nos digan. / Locas son las palabras”. Seamos tan locas como las palabras, que pueden unirse para expandir nuestras casas, siempre cercadas por la rutina en la que criamos a les hijes. Torcer la mirada es la única manera de permanecer libres. La escritura poética es el ejercicio de esa libertad, de ese movimiento: “Somos cazadoras de los pájaros que sueñan buscándose en el aire”. “Las palabras también se escapan. / Somos las que creemos tocar”. “Buscamos las estrellas que no se ven”. Alto, lejos, más. “Las palabras nacen de la luz. / Querer saber no es un esfuerzo. Es un fluido”. En el movimiento, en la danza, hallaremos el cuerpo del poema, eco de nuestro propio cuerpo. ¿Qué tienen las palabras para revelarnos en aquello que escriben nuestros cuerpos? Bailando vendrá. Y nuestro íntimo foco incandescente se encenderá al tomar forma.  “Una lámpara poema. Un poema luminoso”. 

Entre lo sagrado y lo cotidiano, la poesía nos permite tocar el mundo. Abrir los ojos, parpadear entre palabras dislocadas. “Hay vida sin mostrar en el fondo de las cosas”. Para eso hay que bailar, desplegarse en el trazo que se asoma casi sin intención: “Para indicar hay que moverse. / Escribir no es sentarse”. Mientras el poema avanza, el mundo se abre: “Las palabras crean lo que ven”. Escribiendo dejamos de ver lo de siempre. Escribir es propiciar la hora mágica en que el tiempo doméstico se detiene y nos amparamos en el deseo, nos otorgamos una visión auténtica: “Removemos la tierra, la olla, los mandatos. / Los poemas son coincidencias de ocasión”.

Tamara responde a algunas preguntas que surgen de la lectura de Una burbuja en el pico de una botella

¿Cuál es la relación entre el cuerpo y la casa en este libro? 
Es de extrañeza, una relación desacomodada. Un cuerpo vuelve a habitar una casa, después de haber estado muchos años fuera. Eso implica volver a recorrerla, como refugio y castigo a la vez. Imagino a alguien que calca o dibuja la silueta de sus cosas sobre un papel y deja de reconocerlas.

¿Y entre cuerpo y mente? 
Cuerpo y mente muchas veces están disociados. Durante los años que escribí el libro, trabajaba ocho horas por día, entre que iba y venía del trabajo se hacían diez o doce. En ese entonces mi hijxs eran chicxs y yo lxs extrañaba y así ese extrañamiento mutuo nos hacía enfermar, es decir, que el cuerpo sabía que lo que dictaba la mente no servía realmente. Creo que, desde cada lugar, en el que unx trabaje me parece que es indispensable esta relación para vivir de manera afirmativa. Por eso, desde la práctica docente, sobre todo en materias que se estructuren en torno al lenguaje, me parece  que es fundamental darnos la posibilidad de inaugurar, a través de las palabras, espacios de expresión, de comunicación, de puestas en común, de imaginar otras maneras de trabajar y vivir que no sean escisiones, sino que nuestras partes estén unidas, aunque haya dudas. Apelar a la fantasía, las ideas y a la acción para que la vida no sea reproducción solamente, y que no pase desapercibida.

Tiempo y escritura: ¿Cuál es la acción de la poesía en el tiempo? ¿Captarlo, entrar en él , detenerlo, preservarlo?
El tiempo en la poesía quizá consista en captarlo dentro de un cuerpo, y que éste a su vez sea el que lo defienda de otras miles de tareas que afrontamos día a día. Para mí, la escritura es dejarme llevar por un dibujo, reflexión, expansión de las posibilidades de las personas en una unión mente, corazón, cuerpo. Y la defensa de un espacio en la que deseo estar sola para escuchar las reminiscencias de lo vivido.

¿Qué movimiento ocurre en un poema?
El movimiento en un poema se parece a una caminata apurada, un paseo, estar acostada y mirar el techo, también bailar con otra persona, disfrutar donde te lleva la improvisación, no saber qué canción será la siguiente, cómo se mezcla en tu corazón la luz artificial con la natural, qué caras o qué expresiones adopta, abandona o deja pasar la persona o las personas con las que estás. También es bailar sola, la libertad.

¿Qué posibilidad dan las palabras? 
Poner patas para arriba el mundo, la casa, las relaciones. Permiten desacomodar un orden dado, dar vuelta algo. Cualquier objeto irradia una constelación de preguntas, conocer el revés de lo que se muestra es un acto de amor, de desnudez.

Poemas

Globo.
Niño rojo.
Te inflo de infinito.
Así creamos una danza en el día que respiramos.
Si te vas te pongo una estampita en la mochila.
Yo no creo.
Para que nunca te pasen cosas malas.
Que un árbol enreda.

El azar es pinchudo.
El viento se vista inalcanzable.
Globo.
Niño azul.
Te inflo con tus ojos alegres.
Así creamos la astucia de los objetos que se ríen de la actuación de las palabras.
Somos una condensación.
Un festejo común de vírgenes y veredas, santos y casas.
Creo en todo lo que dicen.
Prefiero la ingenuidad.
Mi trato con vos es de un color claro.
Globo.
Niño amarillo.
Te inflo hasta el sol.
El hilo que está atado a nuestros cuerpos.
Así sostenemos las maravillas con una mano.
Y las soltamos invisibles en la noche.
Viento.
No lo lleves tan lejos que no lo pueda ver.

 

*
Se nos vuelca un vaso de agua en el piso del patio.
Intentamos secarlo con pajitas y se expande hacia otros lados.
Un hombre le pregunta a su mujer por qué no compró pañales.
Una manada de pájaros vuela hacia su nido.
Una ambulancia estaciona en la avenida Nazca.
La copa de los árboles nos tapa la cara de esmero.
Si ensuciamos escuchamos el paisaje.
Llenamos un balde y dejamos que rebalse, con tal de no ver siempre gatos y palomas.
En cambio de pasar a otra cosa llevamos un registro.
En tal casa tal palabra.
En tal casa tal silencio.
Y mientras tomo nota vos tirás gotas a los vecinos.
Una varita mágica nos hace actuar directamente.
La lluvia.
Un mensaje.
Alguien fijándose en nosotros.
¿No tienen nada más útil para hacer?
Escuchamos.
Y tiramos pajitas para que sigan el dibujo hacia las casas que no vemos.
Nos alejan con trapos amarillos.
Si cerramos la puerta los experimentos se tuercen.
Queremos avanzar.
Cuanto más lejos vayamos más posibilidades.
Descalzos y con vasitos comenzamos una caminata.
Qué palabras existen en las veredas.
Qué imágenes tienen sus silencios.
*
Construyo un carrito para la escritura.
Lo engancho en la parrilla de atrás de una bicicleta verde antiguo.
Yo no escribo para inventar.
Escribo para expandir.
La mente de un elefante de cristal.
Quieto en una repisa contiene el aire de la prehistoria.
Movida. Lo vuelvo fresco.
Transparente y quebrado a la vez.
La calle es el lugar de los sonidos.
Yo desconfío de la palabra recompensa aunque me atraiga.
Si busco me desconozco.
Prefiero llevar atrás.
Un carrito de madera en el cual hubo frutas.
Una mamá con su bebé en la espalda.
Produzco una oxigenación.
El viento en la piel de los pedales.
Las piernas conduciendo la visión.
Yo no escribo para el tiempo.
Soy parte de una fantasía.
Donde las acciones son rosas.
Los pájaros cantan en los patios de las casas.
Campanas en las iglesias.
Una radio dentro de las ambulancias.

 

*
Montados a un caballo negro con la montura dorada llegamos a un castillo negro con una puerta dorada de papel.
Adentro hay un anciano inútil y gracioso.
Su cabello le llega a las rodillas con los colores de un plumero.
De una mano cuelgan sus dedos con anillos de colores y de la otra un péndulo.
Su cuerpo de gaviota, ablanda un sillón de madera y almíbar.
Sus ojos son lombrices en un pantano.
Con una voz aguda dice, si llegan a un lugar es por encantamiento de los sentidos.
Yo no temo cuando entro a una fiesta con alguien de la mano.
Aunque esa persona no tenga el olor que necesito.
El anciano repite, de mi silla nace el hogar.
Las palabras crean lo que ven.
Yo me siento muda.
Vos te acercás a los muebles para comprobar su verdad.
Y se deshacen las alfombras y los caireles de las arañas.
Nos volvemos ancianos de mirar.
Las palabras comienzan a decorar los dormitorios de la mente.
Y dejamos de ver un árbol después de otro.
Vos me sacudís con fuerza sacándome del cuerpo una ilusión quemada.
Me gritás algo así como lo que vale son las palabras movidas por animales.
Yo descubro una ventana y la señalo.
Abrazada a tu cadera lloro anillos de oro.
Para indicar hay que moverse.
Escribir no es sentarse.

Una burbuja en el pico de una botella. Eloísa Cartonera. Leandro Llull. Revista Otra Parte. 2021.

 

 “La intensidad inocente: inocente de toda programación, culpable solamente de ser intensa. De esa intensidad, viene la felicidad del lector: viene por el envión, por dejarse llevar a través de ese paisaje donde el lirismo está en todas partes, en ninguna en particular. En el propio andar, en el propio abandono, quizás”, dice Daniel Samoilovich en el prólogo de Una burbuja en el pico de una botella y nos hace entrar en la parsimoniosa vorágine de sentidos que nos ofrecen estos poemas de Tamara Domenech.

A partir del título, el libro plasma la precisión volátil de lo que ocurrirá en los versos. Ese instante en el que el pico de la botella sopla su burbuja, tan frágil y perecedero, resulta inscripto en la cadencia de la lengua lírica de una voz que pide a sus lectores que la sigan en la vocación por hilvanar las imágenes a partir de una emoción silenciosa, oculta, que sólo se manifiesta al concluir el poema.

Podría pensarse que estamos en presencia de un diario muy particular en el que los textos responden al repaso de jornadas en las que el yo lírico sale a la caza del mundo, haciéndose eco de la cetrería de metáforas por la que se distingue la obra de José Lezama Lima. Pero, a diferencia de cualquier vanguardia, acá la voz no tiene pretensiones de avance ni de retroceso, le basta con ser ella misma, “como aureolas escapándose de una habitación” en “cuadernos para predecir días nuevos”.

Respecto a la forma, predomina a lo ancho y a lo largo un verso que equivale a una frase. De ese modo, el poema se atraviesa como cadena de eslabones dentro de la que se admite la detección de pequeñas constelaciones internas: “Yo no escribo para inventar. / Escribo para expandir. / La mente de un elefante de cristal”; o: “Yo no siento los peces moverse en el fondo. / La señora de río me acaricia el pelo. / Hay animales en la profundidad de la mente. / Que salen por los ojos cuando uno se recuesta para verlos”.

Las imágenes, las escenas, los descubrimientos y sentimientos se presentan entonces como múltiples cuentas diferenciables (aunque de un mismo brillo sonoro) y el yo lírico puede colgarse el poema como un escapulario y decirle al lector “en mi cuello los rosarios son pensamientos que te miran”.
El tiempo presente que domina la voz nos ancla en el ahora y logra así la inmediatez de los sentidos entre las cosas, restituyendo la vivencia de la jornada en un registro que se abstrae de cualquier cronología. Todos los días son el universo entero, su repetición es voluntariamente desmemoriada, vaciada como el cuerpo que alcanza el nirvana, y el mismo poema, diferente y enriquecido, va sucediéndose para ser recogido por el yo más inocente.

“Querer saber no es un esfuerzo. / Es un fluido”, dicen los versos finales, y algo del trayecto se ilumina dispensándose, como estos poemas, tan líquidos, tan inapresables para la mente, pero no para el oído.

 Una burbuja en el pico de una botella. Eloísa Cartonera, 2020, 54 págs.

En tu día. Ediciones Nebliplateada. Noelia Rivero Revista Brando. 2020.

 

La novela de la poeta Tamara Domenech (La Plata, 1976) es digna del programa surrealista.  Una imaginación hiperproductiva se acomoda sin mayor explicación entre hechos prosaicos como organizar un cumpleaños infantil, y contribuyen a resaltar lo inverosímil que a veces resultan sucesos y conversaciones cotidianas. En tu día desestabiliza, enrarece y se aloja en el corazón de una madre que siente que tiene el deber de repactar el amor con su hijo. Los nombres de sus personajes citan menos una caracterización que una categoría que organiza el mundo: Madre, Marido, Nene, La Mamá de mejor Amigo de Nene, Anfitriona. Con ellos, Tamara observa con humor los estereotipos en los que vivimos: “Para nosotros a la noche no hay palabras. Hay imágenes. No tenemos pensamientos. Adoptamos los pensamientos de los protagonistas de la televisión. Todos los días nos quedamos dormidos de la misma manera”, retrata. 

En tu día. Gabriela Larralde. 2020.


No sé por qué no escucho hablar más de Tamara Domenech. De su obra. Ya recomendé: La escuela, el castillo. Y ahora leí esta novela que termina de mostrar las miles de facetas que puede adoptar. Y tan bien.
Es una novela arriesgada, graciosa y profunda. Sútil también, porque es la historia de un cumpleaños de un hijo chiquito y una madre que no sabe cómo festejarlo, cómo vincularse con él, mientras se pregunta cuándo va a ser la madre que tenía pensado ser.
Mezcla lo cotidiano con lo surreal y funciona. Felicitaciones @tadomenech ojalá nos crucemos un día para charlas más. 
(Perdón por lo sucio: El ejemplar sufrió caídas y golpes y mi hijo le dibujo la tapa, será porque vió un dibujo infantil ahí?).

En tu día. María Gómez. Nebliplateada. 2019

Tamara Domenech es un enigma para el mundo, un bello secreto. Una escritora que vive en una ciudad convulsionada y escribe, una tras otra, casi sin parar, en un acto de fe, miles de novelitas ambientadas en la modernidad. Después las abandona en el baúl de su computadora. ¡Ojalá todos dedicáramos nuestro tiempo a hacer cosas así! Virginia Wolf, Van Gogh, Salvadora Medina Onrubia, gastaron buena parte de su tiempo creando en soledad y silencio, como Tamara. Ahora que lo pienso, quizás muchas de estas obras estén destinadas a una hermosa privacidad.

En tu día es una buena muestra del estilo y del mundo que Tamara desarrolla en su escritura desde hace años. Un relato que nos conduce por los mil vericuetos de la imaginación cuando la protagonista se propone festejar el cumpleaños de Nene. ¿Un botón de placenta? ¿Una ropa del futuro que puede ser usada por animales, plantas o cosas? ¿un salón de fiestas misterioso que alberga restos de otros reinos minerales? Por todos esos lugares delirantes nos conduce la autora, mientras se aleja o se acerca a ese destino que persigue con todo el amor del mundo, reconciliarse con la madre que es. ¿Lo logrará?

La escuela, el castillo. Ediciones Liliputienses. España. 2020

“Estos poemas fueron escritos durante el año 2015 a partir de conversaciones que tuve con mamás en la puerta de la escuela donde van mis hijos". 
Así comienza el prólogo de "La escuela, el castillo", el soberbio libro de la argentina Tamara Domenech en el que parece ceder la palabra a un desfile de personajes que exponen sus heridas y sus maneras de sobrellevarlas. En sus 144 páginas, mujeres de todas las clases parecen hablarnos al oído para contarnos por qué la vida no era lo que esperaban.

La escuela, el castillo. El Ojo del Mármol. 2018.

Cuando leí Recolección, de Tamara Domenech, me asombró y me refrescó saber que alguien podía transformar su rutina en la búsqueda del tesoro. Ella encontraba obras de arte por la calle y les escribía un poema a esos descubrimientos. Ahora, otra vez, con su libro señala la magia del mundo. En la puerta del colegio, Tamara ve una comunidad amorosa. Con las voces de las madres compone poemas de una verdad lúcida, dolorosa y llena de amor, y usa el corte del verso y la puntuación para hacernos estar ahí, en la charla compartida y continua, en la confesión que estalla de pronto. Pero no sólo estar ahí, en cada madre y su historia de criar y trabajar. Estar ahí: en el oído que sabe escuchar tanto y tan bien, que parece que el mundo también está dispuesto a escucharnos y comprendernos.  

Gabriela Bejerman

Para entrar a La escuela, el castillo hace falta reconocerse en el otro, cuidar, saberse los nombres.  Aquí  hay lugar para quedarse a vivir, hay tibiezas. Si tuviera que salir de este libro no sabría cómo hacerlo, acaso la contraseña sea: madres que se unen frente a un mundo de infancias puertas adentro…

Paz Garberoglio

 

Al leer estos poemas de Tamara, en los que las voces de otras mujeres se mezclan con la suya y dan cuenta de un día, de un sueño, de un hijx, de un deseo, de una lucha, de un cuestionamiento, no puedo dejar de recordar esa brutalidad adrede de Pasolini en Who is Me / Poeta de las cenizas, esa voluntad de hablarnos evitando ser poético porque “Las acciones de la vida solo serán comunicadas, y serán ellas, la poesía, porque, te repito, no hay más poesía que la acción real”. Ese programa ético y estético que se rebela contra cualquier forma de comodidad, ese tipo de literatura encuentro en este libro, que más que conmoverme me invita a moverme, a buscar una dirección hacia dónde, a convocar a otrxs para hacerlo.

Noelia Rivero

 

¿Puede un diario no ser íntimo? ¿Puede un centenar de voces hablar como si fuera una? ¿Puede una escuela pública devenir castillo? Tamara cree que el arte es convertir y que "la boca es un cantero por donde nace el idioma". Entonces convierte charlas urgentes y lazos comunitarios en materia para su escritura. Llena los huecos con palabras donde no las hay, porque las prefiere. Y emula un habla, polifónica y transparente. Si te gusta que leer se parezca a que te conversen, La escuela, el castillo es para vos. Un diario estrafalario que narra a partir de un colorido de voces, las que Tamara elige para contar sus días y así las historias de vida, las posibilidades y la fuerza de una comunidad.

Noe Vera

Dije. En cadena invisible penden voces. Liliana Ponce. 2017.

La poesía japonesa (y tal vez la de otras lenguas que desconozco) hace de la homofonía un recurso fundamental, y así sólo la escritura, con qué signos (kanji) el poeta usa en su poema, define el sentido primero, pero no el único posible. La ambigüedad de los significados, entonces, abre caminos –casi encrucijadas–, para el lector.

Tomando justamente esos caminos desde su título, escribo estas líneas sobre el libro de Tamara Domenech: el primero es el que toma la palabra “dije” en tanto sustantivo, y señala cada texto-poema como un objeto o joya, esa que se cuelga en un collar o una pulsera, que se lleva, se ostenta, se guarda. El segundo sentido es el que se sitúa en enunciado del verbo “decir”, y hace de los textos un discurso del yo, enfático y afirmativo.

 

Los poemas-dijes, como simbólicas alhajas, tienen por título una sola palabra que los enhebra en la guirnalda –el libro total–, audazmente organizada por orden alfabético. De este modo, estos indicios o marcadores posibilitan, sin dependencia, focos diversos y heterogéneos. A veces, es elección de lo abstracto –amistad, amor, arte, escritura, futuro, infancia, juventud, maternidad. Otras, parecieran sujetar cierta materialidad, como vino, cigarrillo, o lugares, como Buenos Aires y La Plata. Pero esta división temática, no debe eludir ir hacia esos textos de modo perceptivo y  alerta a los recursos de una poética que irrumpe con cuadros en rompecabezas. Tamara Domenech avanza y avanza, dando pasos por encima del discurso explicativo: allí están los versos breves y veloces que requieren, sin embargo, lectura paciente, la que puede detener y recortar significados insertos en colores, sonidos y formas.

 

En segundo lugar me refiero al “dije” que presiona el verbosinónimo del habla y genera una organización de la línea sin puntuación ni mayúsculas, y casi siempre sin conectores. Así los poemas fluyen alrededor de un tema, con predominio del plano descriptivo y con relativa elusión del sujeto. Cada texto es un decir que se posiciona cuestionando, apelando a la trama del pequeño universo que nos sostiene, y lo hace desde el yo poético y desde una hermandad con lo humano. Se resguardan en su título, que no articula lo obvio –son construcciones que producen series de imágenes oblicuas: bellas y serenas, o crueles y ensombrecidas, que después de iniciarse, culminan en interrogante silencio.

A modo de ejemplos, aquí algunos fragmentos de Dije:

 

No estoy atada a la casa / ventana / borde gris que deforma un pájaro / convirtiéndome en alguien que pide / un libro encantado / que le pase algo a la noche / y retumbe / hasta transformar un ruido en un acontecimiento / mitad mentira / mitad real (Buenos Aires)

 

Retumban las vocales de un llamado / desde abajo hacia arriba / hay una habitación paladar

cueva que registra las palabras que nombré / algunas no me nombraron (Comida)

 

hombres que llevan y tiran comida / con mamelucos y barbijos blancos / sus bocas siempre ocultas / qué palabras dirán si alguien les pide / paloma / horqueta / pupitre / palabras salvajes / las ruedas de los carros que transportan dejan marcas en el piso / ellos acompañan mi mano que escribe. (Escritura)

 

Alrededor de una mesa / abuela / madre / tía / hermana / prima / hija / se avalanchan hacia el centro / hasta encontrarse con un animal que las araña / astillas de madera descascaran el esmalte de sus uñas / rosas / transparentes / rojas / a borbotones / sacuden un agujero del que no sale ni saliva ni agua (Mujeres)

 

No obstante, elegir una cita o un fragmento da una perspectiva de parcialidad más acentuada que en otro tipo de poéticas. Porque cada poema necesita su círculo completo, el recorrido que va estableciendo cada uno de sus trazos.

El poeta norteamericano Charles Olson, en su visionario ensayo sobre el verso proyectivo, esboza un programa poético para entender el poema en la misteriosa fusión de sonido y significado, y para eso, afirma, el poeta necesita la línea abierta y libre en la construcción del verso. Olson enfatiza dos ejes fundamentales del proceso creativo: la energía y la respiración –de algún modo, la energía nos conecta con el sentido del poema; la respiración, con su ritmo. Creo que debemos apresar en Dije esa energía, origen y expresión de los significados. Y debemos apresar también la respiración de sus textos, expuestos en sus recursos sonoros, sean enfáticos o sutiles, como en estos ejemplos:

 

los caminos de una arruga / de la frente hacia la sien / nuca de los vencidos / nunca de los vencidos / se da vuelta la palabra invocación / y convocante. (Futuro)

 

Chicos enchufados / cuerpos eléctricos / sonido oxígeno / telepático / mamá también necesita mimos / salir de una telaraña ermitaña / inclasificable / consumo comentario (Tecnología)

 

La poesía, se ubique donde se ubique estéticamente, siempre nos compromete en la política propia del lenguaje. La política del lenguaje y de la poesía no se expone con temas, no se arrincona con la denotación –está en la práctica libre del lenguaje. Charles Bernstein decía que “El poder político de la poesía no se mide en números, nos instruye a contar diferente”: desviarnos de la autoridad de la lengua, de sus cánones, es un modo posible de ejercer el poder de modificar el mundo.

Y en la misma línea de reflexión pero atendiendo a los receptores, la poeta canadiense Nicole Brossard afirma: “No es en la escritura donde un texto poético es político, es en la lectura donde se convierte en político”. Porque no debemos olvidar que la producción del sentido se da con la otra cara del proceso creativo: la lectura, en ronda atenta, sucesiva, recostada en otros contextos y otros sujetos.

Desde Dije, Tamara Domenech nos abraza como lectores, y nos sugiere completar, con goce y riesgo, el recorrido de sus poemas.

Poemas y Dibujos. 2016.

La intensidad inocente. Por Daniel Samoilovich

Yo desconfío de las direcciones.

Las sorpresas están en todas partes.

Tamara Domenech

Dos dimensiones juega con tres dimensiones, se intervienen mutuamente: los dibujos en los márgenes de una hoja de cuaderno son seres vivos, que mueren si son tachados por un maestro implacable; pero también el propio cuerpo puede ser una especie de hoja, en la que se escribe como se escribe en un cuaderno de deberes. Se escribe “Pelos x Tamara” en la axila, y Tamara queda transformada en una obra, o un animal-obra, o un texto de tres dimensiones.

Se puede dibujar sobre los cuerpos como se puede dibujar sobre las hojas, pero las hojas también pueden hacer dibujos. Las que se desprendieron de un árbol este otoño son capaces de pintarse rostros a sí mismas con una fibra.

Todo está aquí animado: los barriletes buscan un piolín, los cordones de zapatillas caminan por los cables de luz. Los sonidos pueden transformarse en palabras, de solo andar, sueltos, en el viento. Los verbos son activos y presentes: todo es acción, incluso los sueños y sin decir “agua va” se pasa de un plano a otro, de una dimensión a otra. La guía se extravía, la brújula está loca, el sentido sólo puede ser hallado por asalto, por casualidad. La lógica es, sobre todo y todo el tiempo, la lógica del objeto encontrado.

Las expresiones ready-made o prêt-a-porter también servirían para describir esta lógica: se trata de cosas que están listas para ser llevadas con uno, o, mejor, es uno el que está —el que debería estar— dispuesto a llevarse todo a casa, pues cualquier cosa abandonada puede ser —es— alhaja, maravilla.

Qué lejos estamos, sin embargo, de lo real maravilloso de cierto surrealismo: no hay en estos poemas y dibujos una profusión de imágenes, una realidad adornada con metáforas pensadas para sorprender. La imaginación no actúa aquí en virtud de un programa, sino de una necesidad, de una propensión que lleva a veces, incluso, a la pesadilla. Porque la imaginación aquí te tiene, te lleva, y en ese dejarse llevar está la intensidad, la absoluta seriedad del juego. Estos textos muerden y no sueltan: si se dice de alguien que tiene zapatos que son campanas de vidrio, no se abandona esa imagen para pasar a otra imagen o metáfora: hay que andar con cuidado, porque estos zapatos transparentes pueden romperse, y un rato más tarde... los zapatos suenan y uno se despierta. ¿Qué tiene de raro? ¿No se había dicho ya que eran campanas? Resultado: el lector lentamente aprende a creer lo que se le dice, a creer que lo se le dice es verdad, “la verdad de un imposible”.

La intensidad inocente: inocente de toda programación, culpable solamente de ser intensa. De esa intensidad, viene la felicidad del lector: viene por el envión, por dejarse llevar a través de ese paisaje donde el lirismo está en todas partes, en ninguno en particular. En el propio andar, en el propio abandono, quizás.

Ilusión. Voz en fuga. Daniel Gigena. Visto y Leído. Página 12. 03/02/2017.

Un libro artesanal, con más de setenta poemas, permite que la voz de Tamara Domenech crezca y se expanda por territorios disímiles.

Hay dos aspectos, ambos de índole cuantitativa, que a primera vista se destacan en el nuevo libro de Tamara Domenech (La Plata, 1976). En primer lugar, Ilusión reúne nada menos que setenta y dos poemas, uno por página, como si en vez de un libro de poesía (algo que la edición parece cuestionar desde el formato) se tratara de un folletín en verso, en el que una voz en fuga acrecienta un acento salvaje. El segundo aspecto es la enorme reserva de aforismos que los textos de Domenech contienen. Como una Jenny Holzer sin neones ni parafernalia lumínica, aunque siempre brillante, cada uno de los poemas entrega al menos dos sentencias que podrían aparecer impresas en remeras, afiches o carteles. “Las mujeres piden un cuerpo”, “El frío es una forma de entender”, “Las palabras no surgen por encargo”, “Lo que no hubo hay que inventarlo”, “A veces no tener fuerza es tenerla”.

Esa pasión por la consigna, por la musicalidad que las consignas guardan, transforma los poemas en campos de prueba de escrituras, de registros tonales, de voces que se alzan en contextos diversos, como la autopista Buenos Aires-La Plata, Constitución o una villa del conurbano bonaerense. “El libro constituye un modo de confiar en el mundo, crear nuevas ideas a partir de hacer estallar el lenguaje con el que está hecho y observar qué luces, qué sombras proyectan esas esquirlas -dice la autora?. Ilusión constituyó un acto de libertad en relación con el decir, opinar sobre temas que me preocupan, como el trabajo, la propiedad privada, el consumo, la clase social a la que pertenezco, la familia, la maternidad, el lenguaje.” En los poemas se imaginan, además, posibles poéticas de la resistencia: “No existe una literatura pura/ del desorden que ordena”. Con la inflexión de un manifiesto, cada texto se asemeja a una barricada.

Muchas veces hay una escena en los poemas, un territorio en el que la voz se expande, o al que decide ocupar y desgastar. En las escenas de Ilusión, a diferencia de textos de otros autores, la lucha de clases existe y no desempeña en los poemas un papel menor. “Los ricos no quieren/ los pobres”, se lee en el primer poema. Ambientado en un viaje en auto desde La Plata hasta Buenos Aires, se vincula con otro de Irene Gruss, aún inédito, en donde un ómnibus de pasajeros rumbo a la costa era apedreado por los habitantes de una villa al costado de la autopista. En el poema final de Ilusión se interroga: “¿Queremos ser el ocio de los ricos/ el hocico de una familia que retumba/ una pose?”. Como en toda lucha, los cuerpos asumen un papel radical: “El cuerpo no es un lugar seguro/ ¿o sí?”. No sólo los espejos, sino también las enfermedades y el hambre regulan los protocolos de semejanza: “Es un estómago abierto y emparchado/ esta vereda/ no/ acá vos no comés/ andá a tu casa/ pedí/ revolvé/ rebobiná/ trabajá para comprarte”.

El libro fue publicado por Biblioteca Popular Ambulante (BiPA), proyecto dirigido por Roger Colom, a quien Domenech conoció por intermedio de la artista Luján Funes. Ese sello y Ediciones Presente, la editorial de poesía que la escritora dirige desde 2009, tienen mucho en común. BiPA edita poemas de autores contemporáneos y compilaciones de materiales encontrados en la calle, a partir de los que organiza lecturas y performances que presenta en una estructura de madera que deambula por la ciudad, tanto en lugares al aire libre como en espacios cerrados.

¿Por qué Ilusión? “El título alude a un modo de mirar y practicar la realidad, teniendo en cuenta las impresiones, las percepciones, las imágenes que se transforman en el proceso de mirar, transcribir, recordar; constituye un modo de confiar en el mundo, crear nuevas ideas a partir de hacer estallar el lenguaje con el que está hecho y observar qué luces, qué sombras proyectan esas esquirlas”, indica Domenech. De ese estallido, en principio verbal, se regresa con algunas certezas expresadas con una armonía discordante: “Lo que hay podría ser explosivo. / No explotado”. 

Ilusión. Biblioteca Popular Ambulante. Roger Colom. 2016.

No creo en que haya que editar a una poeta porque es mujer. Creo en que hay que editar poemas potentes. ¿Las mujeres escriben distinto? Si es así, tengo que aprender a leer esas diferencias, para poder salir de mí mismo y encontrarme con su potencia. Esa era, dicha de manera muy rápida, mi postura. Aunque vale para cualquier poeta. Hay que leer y encontrar la manera de entrar en esos poemas.

Es lo que me pasó cuando me puse a editar Ilusión, el libro de Tamara Domenech que la BiPA sacó hace unos meses. Al principio no entendía nada. Lo volví a leer. De repente, uno de los poemas hizo ¡click!; luego leí el siguiente, y el siguiente, y el siguiente, ¡y ya estaba adentro de ese mundo! Hacía años que no me pasaba esto. Dejé pasar unos días y volví a leer el poemario, como para comprobar que lo que me había pasado antes no era accidental, y sí, me encontré de nuevo circulando entre las fuerzas de ese mundo poético de Tamara. Esa tercera lectura me confirmó la obligación que tenía de editar el libro.

Pero lo que más agradezco a Tamara, a sus poemas, es que me hayan enseñado a leer de nuevo. Y yo diría que ese es el trabajo de toda verdadera poesía: enseñar a leer de otra manera. Ahora mi postura ha cambiado ligeramente: no sólo trato de averiguar como entrar en un poema, sino que ahora le pido que me enseñe a leer de nuevo. Esto me exige a mí como lector, y claro, le exige a los poemas. Me exige como editor, y también como poeta.

Tengo la impresión de que estas exigencias le parecen insoportables a mucha gente. Como si hubiera que leer a la persona y no los poemas. Como si hubiera que ser cuidadosos con la persona. Pero es al revés: hay que ser cuidadosos con los poemas, aprender a leerlos. Y si después de un esfuerzo serio sentimos que no funcionan, decirlo y pasar a otra cosa.

Siempre hablo del funcionamiento de un poema. Es una forma de despersonalizarlo, separarlo de la persona que lo escribió, y es el mecanismo psicológico que utilizo para leer poemas. Para aprender a leerlos, porque de eso se trata: averiguar cómo funcionan. Hablar de funcionamiento hace pensar en máquinas. No pienso que un poema sea una máquina, pero sí que se inserta dentro un sistema impersonal, que es el del lenguaje.

El lenguaje no es de nadie, y es de todos, y lo creamos entre todos, nanométricamente día a día. Tiene sus reglas, y esas reglas han sido acordadas sin que ninguno de nosotros haya participado en el acuerdo, y nos movemos por y entre ellas cada vez que hablamos o pensamos o escribimos. ¿Cómo se enchufa un poema en ese sistema? ¿A qué otros sistemas se conecta? Y luego, ¿cómo me afectan a mí esas condiciones, consciente o inconscientemente? ¿Qué sensaciones me producen? ¿Hacia qué relación con los varios sistemas me llevan?

¡Y todo esto no tiene nada que ver con mi amiga Tamara! Evidentemente, me alegro de que su poesía sea potente, porque quiero que a mis amigos les salgan bien las cosas, y quiero que los poemas que mis amigos escriben funcionen. Pero a la hora de estar con un poema, me da igual si tengo amistad o no con quien lo haya escrito. El poema funciona o no funciona. Y mi trabajo como lector es averiguar las reglas de ese funcionamiento. Luego, si el poema no cumple con sus propias reglas, bueno, ahí tenemos un problema. Hay que averiguar si ese incumplimiento es productivo o no. Porque a lo mejor el poema marca una ruta y luego va por otro camino. Y así sucesivamente, hasta que ya haya hecho todas las lecturas posibles, o posibles para mí en ese momento.

Sé que esto es mucho pedir. Sé que estamos acostumbrados a la facilidad instantánea. Sé que la poesía no encaja demasiado bien en una cultura de consumo inmediato. Ese consumo es igualador, aunque no egalitario, mientras que la poesía es egalitaria pero no igualadora: funciona a contrapelo de lo que hemos construido como sociedad y esquema relacional. Egalitario significa que cualquiera puede leer un poema, si quiere hacer el esfuerzo, o tomarse la molestia, pero cada uno encontrará maneras distintas de leerlo—de entrar en él y de entenderlo.

Y en este sentido, creo que leer poesía es una forma de resistencia. Yo diría que es una forma de resistencia interior. Vuelvo a poner el ejemplo de mi lectura de los poemas de Tamara. Para poderlos leer, tuve que superar mis prejuicios, mi sexismo, y no sé cuantas cosas más. Tuve que cambiar algo en mí. Y lo cambié leyendo esos poemas, o porque estaba leyendo esos poemas. Y lo sé por ese ¡click! Ahí hubo un cambio, sea neuronal o espiritual o moral o estético, y de repente, mi mundo se amplió, mi perspectiva se amplió. Ese fue mi premio por el esfuerzo que hice.

Y el segundo premio fue que Tamara me permitiera editar esa colección de poemas, que ahora es un libro de la BiPA titulado Ilusión, que me gustaría que ustedes leyeran también.

Recolección. Zindo & Gafuri. 2015.

Segundo encuentro del ciclo Tsonami-CINICO-Proyectista. Diego Makedonsky.

 

Norman Bates

en

Recolecciones de Tamara Domenech

Trabajo más que nada con micrófonos piezoeléctricos, armando unos dispositivos precarios que podrían definirse como instrumentos electroacústicos. Los materiales son en general cosas encontradas que se mezclan por la única razón de estar ahí presentes en el momento en que armo algo, así el Sintrabajo es una madera que encontré en la puerta de casa con 3 pitones que tenía en una lata y una goma que había sobrado de un proyecto. Suena jazzeramente como un contrabajo, pero fue armado en 3 minutos, de ahí su nombre. El Chelo monófonico delgado es una contracción de un tubo de cartón, una lata de lychees, una cuerda de guitarra, alambre espantapalomas y una pipa. Para esta fecha, hablando de cosas encontradas, voy a usar también algunas grabaciones de campo tomadas en la ciudad. 

Cristian Martínez

Con Hernán Hayet tuvimos la intuición de que entre Tamara Domenech y Norman Bates había algo.
Eso de ellos nos interpeló en la misma dirección. Qué es eso que vincula estas dos obras?

Tamara recolectó obras encontradas durante 4 años, en sus caminos comunes sorprendidos por hallazgos. Norman Bates hace música con objetos no-musicales, obsoletos y cosas encontradas. Otra manera de sorprenderse en un camino común. En ese cruce entre lo cotidiano, lo sabido, los cuerpos y materiales con los que nos cruzamos, ocurren los milagros. Sencillamente ese acontecimiento que nos maravilla y ante el cual nos detenemos. Nos sustraemos al tiempo impuesto de la función y el rendimiento y nos enredamos con lo impensado. 
Los dos trabajan con el residuo y esto resulta obvio. Mi memoria sobre lo escrito por Rodolfo Kusch me ayuda nuevamente: Qué es lo obvio? Precisamente lo no seleccionado que sale al encuentro, dice Kusch. Tanto Tamara como Norman Bates recogen lo descartado del uso y función social, lo no-seleccionado.

Kusch situaría esta obviedad no seleccionada en el ámbito del discurso popular. Tamara y Noman Bates, caen, sí, caen, se precipitan, se arrojan a un lugar común, es decir que operan desde el mismo lugar. Y por eso entre ellos puede surgir un espacio para lo comunitario, precisamente en ese abismo donde van a parar los deshechos desdichados de lo socialmente in-útil, de aquello que no sirve para nada, no sirve a nadie, no es para, sino que está siendo desde y por ello liberador. Desde dónde? Precisamente desde lo residualizado. Y lo residualizado lo es primero de nosotros mismos, lo que queda más allá de lo que nos sirve y de lo que se sirve. 

Tamara escribe en el prólogo del libro que acompaña la muestra que ella indaga sobre lo que otros dejan y cuando leo esto advierto la obviedad que sale a mi encuentro: En este preciso acto de escritura, habiéndola leído y mientras escucho la obra de Norman Bates, estoy indagando sobre lo que ellos han dejado; Usted que está en este momento leyendo, no está acaso indagando sobre lo que yo mismo dejo? Leer, mirar, escuchar lo que han dejado colgado de las paredes o flotando en sonoridades. Qué perfume dejará usted en el aire para que otros huelan? 
Yuxtaposiciones y superposiciones de capas de recorridos y tiempos. Lenguajes encarnados en materiales descartados volviéndolos cuerpos vibrantes, espacios de resonancia donde algo surge... quizás aquel grano de significancia. 
Operación, la de todos, de seleccionar lo no-seleccionado, operación de resistencia a un mundo social que se vuelve extrañamente in-humano, un acto de re-existencia que arroja a su vez restos para que haciendo lo propio. Montaje y desmontaje sucesivo y simultáneo alrededor de eso que cae, inagotable como reserva seminal de sentido. La fuente hedienta dispuesta para que desde los deshechos surjan mundos. 

Recolección. Noelia Rivero. 2015.

 

“¿Cuál es el arte de entrecasa que nunca conoceremos?”, voy a empezar por esta pregunta que se hace Tamara y que me llevó a pensar dos cosas, la palabra entrecasa, rápidamente a estar de entrecasa, al espacio doméstico, desarreglado, caótico,  un espacio lleno de deberes pero también el hogar, con el matiz de paz que tiene esa palabra. A estar en casa. Un arte de entrecasa puede ser aquel que surge con este origen/coordenadas.

También pensé en el “entrecasa” como el interior, la olla revolviéndose, la mente mascullando, el cuerpo presintiendo el arte, es decir, el reverso experiencial, íntimo del surgimiento de una obra, de aquello que deseemos llamar obra y lo presentamos como tal (un poema, una pintura, un cómic, etc.)

Me alegró que esas evocaciones surgieran leyendo el libro de Tamara. La observación maternal que declara en la introducción, es una poética maternal, menos como tema que como lugar de producción y de manifiesto, ya que de manera directa, el libro indaga sobre las condiciones de existencia artística de una mujer-artista que también es madre, una intersección que puede volverse privilegiada e indicada para señalar lo violentadas que están justamente, nuestras condiciones de existencia.  Y también, es un libro del entrecasa del hecho artístico, del momento de su “nacimiento”, la primera mirada sobre la obra encontrada y el tiempo prodigioso que abre y suspende –más que robar– algo del tiempo cotidiano.

Digo prodigio porque me acuerdo de los Milagros de Nuestra Señora de Berceo, donde la maravilla ingresa sin más, para recordar en una vida prosaica la existencia de la gracia divina.  También los textos retoman algo de la estructura de los cuentos maravillosos, pero sin el final feliz ni moral, sin final, sino en su goce por la irrupción de lo sobrenatural.  Los poemas del libro comienzan en el más puro plano terrenal, con coordenadas cartográficas exactas, cercanas, la ciudad de Buenos Aires sin demasiado lirismo: basura, deberes cotidianos, jefes, policías, conseguir un espacio para estacionar…. Pero esto se cruza con un dialogar animista y alucinado que fuerza y establece una relación con el mundo que da espacio, preconiza e invoca el hallazgo, que es la visión de la obra de arte en la basura, en el desecho, en el descarte, en el margen, en la vereda de la fábrica-Sistema.

El encuentro con las obras que acá se exhiben aparece como una iluminación. Lo digo también en el sentido de esas letras dibujadas que adornaban los textos medievales. Dibujo y letra. El dibujo trajo a la letra, la letra testimonió el dibujo. Pero en el medio de esta operación artística estuvo esa experiencia de la fractura, de la supervivencia, de la renuncia y de la interrupción, en todos sus sentidos. Ése creo es el tiempo que marcan los poemas. La artista es interrumpida por los quehaceres maternales. Pero también la madre es interrumpida por la llegada de la visión artística.  Lo maternal se vuelve también potencia y se proyecta en la mirada que intuye e hilvana con fragmentos y desechos una totalidad, el diagrama que une el libro y  la muestra. Esta artista maternal “adopta” una poética de lo disruptivo. Me gustó pensar que este libro de Tamara participa de una forma de escribir y de hacer arte que está construyéndose desde los márgenes, no sólo de los salones literarios de varones soñados por ella, sino de todos los que siguen funcionando de manera similar.

En Recolección Tamara Domenech recoge objetos de la calle y reflexiona sobre ellos en clave de poesía. Daniel Riera. Suplemento Las 12. Página 12. 27/01/2016.

 

Obras y objetos, objetos devenidos obras, todo lo que se encontró Tamara Domenech por la calle (y no sólo) entre 2011 y 2014, es la materia prima de este libro. Según explica en el prólogo, los hallazgos se sucedieron en los barrios de Palermo, San Cristóbal, Villa Santa Rita y Núñez, cuando la autora iba al o volvía del trabajo, de la casa, del colegio de sus hijxs, de galerías diversas. “Esta recolección fue una manera de pintar sin tiempo, de escribir mientras observaba, de pensar una muestra para otros que no conozco, de sentirme acompañada en la ciudad, de robar minutos a los deberes cotidianos en la apuesta de un descubrimiento, de trabajar sin dejar de pensar quién soy”, puntualiza. Dibujos infantiles, láminas, retazos de tela, restos de una piñata habitan un catálogo heterogéneo, atravesado por la coincidencia de haberse cruzado en el camino de la autora, de haberse hecho merecedores de la arbitraria recolección. Entonces surgen las preguntas, que son muchas y muy inquietantes. ¿Qué hacemos con esto? ¿Cómo lo pensamos? ¿Cómo lo reinterpretamos? Alguien lo abandonó, lo consideró basura, digno de ser desechado, y me toca a mí darle una nueva vida, repensarlo. Ese mecanismo especulativo y a la vez constructivo es la materia prima de este libro, que no es un libro de poemas en la medida en que el texto mantiene una dependencia del objeto que la acompaña, como las canciones mantienen una dependencia de la música. Es un libro de problemas, entonces, un libro de cuentas pendientes y de nuevas oportunidades, un objeto artístico compuesto. Podemos pensar, por supuesto, en Marcel Duchamp y sus ready made y en aquello que desde hace un siglo llamamos, a falta de un término mejor, “arte contemporáneo”, pero también podemos pensar en la fantástica colección del MOBA (Museum Of Bad Art) de Massachussets, y en uno, dos, muchos nenes y nenas dibujando más o menos despreocupadamente en el colegio o en sus casas, abandonando y olvidando sus obras luego de haberlas hecho porque lo importante, para ellos, era, es y será exactamente eso: hacer, pasar el rato y no preservar, que de congelar el tiempo se encargan los adultos y no los nenes y las nenas, que prefieren, por supuesto, poner el foco en nuevos dibujitos. El problema, entonces, no se construye sólo a partir del encuentro entre el objeto/obra y la recolectora: las circunstancias del encuentro determinan el lugar que ocupará, tanto en la vida como en el texto. Como si fueran epígrafes, todos los textos empiezan con la referencia geográfica del lugar donde fueron hallados los objetos/obras. A partir de allí (de Santa Fe y Agüero, Cervantes y Nazca, San Juan y Pichincha, etc.) surge el acontecimiento que tiene al objeto/obra como coprotagonista de un nuevo objeto/obra. “Avenida Santa Fe y Carranza (…)/ Tengo que entretener a mi hija./Los kioscos están cerrados y no traemos juguetes./Veredas tienen que entender, no es fácil/salir con una niña a hacer un trámite.(...)/En el fondo encuentra dos pájaros/de madera desgastada azules y rosas(...)/Yo llevo a mi hija de la mano y ella/a los pájaros que la madre vereda le regaló.” O “Callao y Santa Fe (…)/ Me cuesta conseguir las cosas simples en un trabajo nuevo./Entonces pregunto y a nadie le gusta responder/cuando está concentrado en algo que sabe(...)/Antes de irme con las manos vacías/encuentro el dibujo de un gato enojado.” Vienen a ella, la recolectora (y, por su intermedio, a los lectores) con una intención bien definida. Tienen la intención de acompañarla (de acompañarnos), de salvarla (de salvarnos), de reciclarse en una nueva obra que los incluya. Para eso necesitan de un ojo atento que los advierta, de una sensibilidad que los interpele, y finalmente de un/a lector/a que cierre el círculo.

Duraremos más que el tiempo. Ediciones Presente. 2015.

No me lavo más la mano. Mercedes Halfon. Suplemento Radar. Página 12. 03/01/2016.

A partir de las consignas del artista y docente de plástica Lanfranco Ezpeleta, alumnos de entre 12 y 18 años de Valentín Alsina, Villa Caraza, Villa Jardín y Monte Chingolo dibujaron en hojas de carpeta tatuajes, grafittis y sus propias manos intervenidas. Cien dibujos que forman una iconografía adolescente donde se mezclan lo íntimo, lo barrial y lo ritual. Después de una muesra, ahora forman parte de un bello libro de imágenes llamado Duraremos más que el tiempo que editó la platense Ediciones Presente de Tamara Domenech.

Duraremos más que el tiempo es el título de una antología de tatuajes y graffitis realizados por adolescentes de zona sur de la provincia de Buenos Aires. Claro que no son tatuajes y graffitis reales, sino soñados y dibujados en hojas de carpeta, a partir de las consignas y el estímulo de Lanfranco Ezpeleta, un artista y docente de plástica. Trabajó con alumnos de entre 12 y 18 años de Valentín Alsina, Villa Caraza, Villa Jardín y Monte Chingolo; el resultado fueron cien dibujos que ahora forman parte de un bello librito de imágenes editado por la platense Ediciones Presente De esta mescolanza de lo íntimo, lo barrial y lo ritual, surge toda una iconografía adolescente que sorprende en la filigrana de su autenticidad. Lo que viene de lejos y parece trasmitirse vía tinta sanguínea, junto a lo nuevo y aun desconocido: garabatos darks y smiles, Simpsons y Yingyang, nubes y rayos de tormenta, marcas deportivas como si fueran clubs de fútbol, clubs de fútbol, rosarios, simbolitos de la paz, pirañas, corazones, rosas y diamantes

Se supone que un tatuaje dura para toda la vida. Pero tiene la rara cualidad de parecer siempre recién pintado, una muestra de los intereses de una persona en un momento dado. Los graffitis son menos perdurables, pero guardan un parecido. En ambos se vuelcan dibujos y palabras valiosas, importantes para alguien. Pueden ser ilusiones, gritos acallados o simplemente caprichos: algo bello y sin finalidad. Duraremos más que el tiempo es el título de una antología de tatuajes y graffitis realizados por adolescentes de zona sur de la provincia de Buenos Aires. Claro que no son tatuajes y graffitis reales, sino soñados y dibujados en hojas de carpeta, a partir de las consignas y el estímulo de Lanfranco Ezpeleta, un artista y docente de plástica. Trabajó con alumnos de entre 12 y 18 años de Valentín Alsina, Villa Caraza, Villa Jardín y Monte Chingolo; el resultado fueron cien dibujos que ahora forman parte de un bello librito de imágenes editado por la platense Ediciones Presente.

Pensar el papel como una extensión de la piel. Algo de esto se vislumbra en las imágenes de Duraremos más que el tiempo. Dos series diferentes pero con similitudes, creadas a partir de dos consignas: la primera fue que cada chico realizara un mural personal en el que volcara sus experiencias, referentes, miedos, etc. tomando como inspiración el paisaje barrial en el que las paredes reciben desde campañas políticas a declaraciones de amor. La otra propuesta, más sugestiva y singular era que cada alumno dibujara el contorno de su mano y en ese espacio volcara emociones e ideas, previa visión de los bellísimos tatuajes hindúes —que se realizan con significado ritual en pies y manos de mujeres— y de los propios tatuajes que algunos de ellos tenían.

De esta mescolanza de lo íntimo, lo barrial y lo ritual, surge toda una iconografía adolescente que sorprende en la filigrana de su autenticidad. Lo que viene de lejos y parece trasmitirse vía tinta sanguínea, junto a lo nuevo y aun desconocido: garabatos darks y smiles, Simpsons y Yingyang, nubes y rayos de tormenta, marcas deportivas como si fueran clubs de fútbol, clubs de fútbol, rosarios, simbolitos de la paz, pirañas, corazones, rosas y diamantes. Lanfranco Ezpeleta explica acerca de los dibujos: “Me sorprenden las capas de información indescifrable y misteriosa que aparecen, el camuflaje es increíble. Puedo volver a observarlos una y otra vez y descubrir cosas nuevas. Estos dibujos son obras de arte. Poseen un lenguaje plástico y un poder de síntesis notables.”

Tanto entusiasmo provocaron los trabajos en él y en los chicos que armaron una muestra que estuvo colgada de octubre a noviembre en Oficina Proyectista. Con el cierre llegó el libro. La impulsora fue Tamara Domenech, poeta y agitadora cultural de La Plata, que con su sello Ediciones Presente trabaja una idea de la edición que dista bastante aun de la que promulgan las más independientes de las editoriales: “Me interesó mostrar un proceso, entender la edición como una práctica etnográfica de lo viviente, además de que sea una práctica consagratoria de lo sucedido. Para mí la poesía está en distintos lugares, como por ejemplo, en la constelación que se produce entre un docente y un grupo de alumnos, en esa intimidad, un ritual de dibujos y palabras que marcan de manera invisible el tiempo del cuerpo.”

Además de dibujos, en las imágenes hay palabras y frases contundentes, como la que da título al libro. Esa hermosa sentencia estaba en el dibujo de una chica, que decidió escribir en el contorno de su mano el lema de amor que tenían con su ex novio. Pero, hay que decir que la idea de durar y perdurar, es la que hizo que los mundos de estos adolescentes hayan llegado a nosotros. Con esa línea se abre la pregunta por la trascendencia (como dice el poema de Roberta Iannamico que prologa el libro “No me lavo más la mano/ toqué el universo infinito”) parte de la vida, pero también de todo proceso artístico. Como dice Ezpeleta: “Esta edición es la posibilidad de mostrar y compartir lo que piensan y sienten los jóvenes, que su producción circule y sea valorada en distintos circuitos y sobre todo que ellos amplíen su espectro y puedan considerar su trabajo creativo como un hecho artístico. Debo decir que no todo es color de rosas, la vida de muchos de mis alumnos es muy dura, pero pese a lo que les pasa, admiro su fuerza, alegría y entusiasmo.”

Es ese impulso hacia delante lo que hace estos dibujos tan frescos, jóvenes eternamente, que contagian energía a quién se detenga en su superficie, como un mural recién pintado.

Literatura y Maternidad. Ediciones Presente. 2012.

Esa brecha entre la esclavitud y la libertad. Flor Monfort. Página 12. 24/10/2012.

En los barrios populares los hijos e hijas son un bien social que se cría en la comunidad, al abrigo de las redes fundamentales para la supervivencia. En la clase media, sin embargo, los hijos son tus hijos y la madre es quien debe sacrificarse o convertirse en malabarista si quiere sostener su vida y sus proyectos. Esta observación es la que llevó a la editora Tamara Domenech a idear un libro con textos de 33 escritoras diversas que tejen desde sus reflexiones sobre la maternidad esa red fundamental para la supervivencia, sea en la clase que fuera.

Desde que salió la ley de matrimonio igualitario en nuestro país, en 2010, mucho se dijo sobre las “nuevas formas familiares” que asomaban como estructuras visibles que ahora tenían marco legal. Lo cierto es que fue la legalidad lo que les dio protagonismo a las “nuevas familias” pero no existencia. Estaban allí, mucho antes de tener nombres y apellidos en diarios de tirada nacional, desarrollándose, creciendo y gestando lazos más allá de los biológicos, más allá de los estrictamente estipulados por alguna carta de presentación dogmática que establece aquello de la “familia normal” o “familia tipo” y que manda un papá hombre, una mamá mujer y la parejita de hijos nene y nena.

El avance en las técnicas de reproducción asistida también es un pilar gracias al cual pensar en que esas familias homoparentales tienen la posibilidad de crecer, así como de dar un hijo a mujeres sin pareja o con dificultades para concebir. Las trabas de la adopción y la posibilidad de incluir este tema en la agenda pública para pensar en una ley nacional que agilice los trámites y les dé hogar a los niños y niñas que lo necesiten también es un antecedente que planta bandera. Efectivamente hay nuevas formas familiares y hay que darles espacio para que respiren y se expandan.

La historia de María Belén Ochoa, una trans cordobesa a quien un juez le otorgó la tenencia definitiva de dos niños de su Holmberg natal que ella protegió, cuidó y albergó en su casa desde bebés (por las dificultades de la mamá biológica en cumplir esa función) es una prueba de ello. María Belén vive sola con los dos: a la más chica la conoce desde los 26 días. Hoy tiene 6 años y hace más de 3 que no ve a su mamá de sangre. Y para que la Justicia habilite esta posibilidad tuvo que haber decenas de testimonios de un barrio periférico de una provincia argentina que poco sabe de teoría queer. Un barrio que avaló ese cuidado y que ayudó a que fuera posible. Pero como esta historia hay miles. Gente que ha crecido diciéndole “mamá” a la abuela, porque la madre biológica era adolescente cuando lo tuvo o el hecho de ser madre soltera puso en jaque algo del orden familiar y del deber ser social. Mucho antes del matrimonio igualitario, ésas ya eran familias comaternales: criaban chicos y chicas, no siempre en armonía, muchas veces acompasando con secretos, mentiras y reproches, pero existían, y la falta de espacio para pensar diverso seguramente las complicó pero no frenó su existencia.

Algunos años después de la ley de divorcio, se empezó a hablar de familias ensambladas, formadas por los tuyos, los míos, los otros y nosotros, pero siempre con el supuesto del binarismo, ese andamio de nuestra cultura para pensar la sexualidad y los géneros. El avance de lo queer arrasó con esa perspectiva y hasta la noción de sexo está cuestionada cada vez que nace una persona intersex en el mundo, pero aun así los lugares de madres, padres e hijos se siguen pensando muchas veces en compartimientos estancos, anclados en un océano de lugares comunes y perspectivas acotadas de lo que es conveniente hacer o decir. En un mundo con más chicos vulnerados en su posibilidad de acceder a salud y educación que aquellos que sí pueden tenerlas, es difícil pensar que lo biológico y lo formal sean la respuesta de algo, las mejores opciones para ser saludables en la vida adulta, y todas estas historias, estas “nuevas familias” que no son tan nuevas pero sí emergen como verdades de hecho, vienen a poner en jaque la solidez del mandato, la rigidez de la familia tradicional.

SALTO AL VACÍO

Tamara Domenech es licenciada en Comunicación Social, artista visual y escritora. Desde 2010 dirige Ediciones Presente, una editorial independiente que ahora publica la antología Literatura y maternidad. Allí Domenech reúne textos de 33 escritoras de distintas generaciones que hablan de su experiencia con la maternidad pero no sólo de ellas como madres, porque hay algunas que no lo son, sino de su devenir mujeres como hijas, nietas, hermanas, compañeras.

El año pasado, Domenech fue mamá por segunda vez (Rita tiene 4 años, Serafín va a cumplir 2) y esa experiencia le despertó una observación que había tenido en 2004, trabajando en villas y barrios periféricos como planificadora comunicacional y gestora cultural en un programa que se llama “Bibliotecas para armar”, que depende del Ministerio de Cultura de la Ciudad. Se trataba de construir bibliotecas en distintos espacios que ya funcionaban en esos lugares: en casas particulares, en comedores, etc. “Fue muy impactante. Las mujeres después del 2001 se pusieron a la cabeza de una reestructuración existencial, estaban al mando, eran la vanguardia del salir adelante después de la crisis. Muchas de estas mujeres abrían directamente las puertas de sus propias casas para crear comedores populares, decían “donde come uno comen dos”, les daban de comer a sus hijos y a los del barrio sintiéndolos propios. Mujeres que se sobreponen pese a que todo el contexto es hostil, que se superan a sí mismas, que establecen redes con otras mujeres, que avanzan”, dice y cuenta que esta experiencia le disparó la idea porque la llegada de su segundo hijo, perteneciendo a la clase media y viviendo en el contexto de una ciudad, la shockeó por completo. “Yo crecí en Gonnet, un barrio de La Plata, y hasta la juventud viví allá. Me pareció sumamente desequilibrante la idea de ser madre y que no existiesen redes más fuertes entre las mujeres en las cuales poder compartir aquello que vivimos. A la vez sentía fuertes identificaciones con otras: amigas, conocidas, que están o estaban pasando por la misma situación, mujeres profesionales, escritoras, artistas, que estaban tan desbordadas como yo pero que no buscaban respuestas, sino que aceptaban resignadamente esa ausencia de contención. Cada vez que nos juntábamos a conversar era hacerlo sobre los mismos temas, y no podíamos desarticular ese discurso de la pesadumbre, por decirlo de alguna manera, y crear un dispositivo capaz de contenernos a todas en algunos proyectos.” Su utopía inicial fue alquilar una casa entre todas y que pudieran usarla como espacio donde dar clases, talleres, etc., pero que a la vez sirviera para albergar a los hijos e hijas de todas. La idea era que se fuesen turnando para cuidar a los chicos mientras las demás trabajaban. “Una especie de colectivo, porque además implicaba invertir el mismo dinero que por ahí poníamos en una niñera. Yo quería que fuera una casa de puertas abiertas pero quedó en la nada, les pareció imposible. Creo que sintieron que hacerlo implicaba un quiebre demasiado grande en sus rutinas. Yo creo que nos tendríamos que poder arriesgar más. Para mí es una idea genial, de hecho tengo el proyecto escrito que les mandé por mail una madrugada... Alquilar un lugar también me parecía interesante porque no era ‘nos juntamos las madres y cerramos las puertas’, sino abrir puertas a partir de la experiencia de cada una y reapropiarse de esta imagen de otros sectores sociales de tener las puertas abiertas y sumar a otras y otros que estuviesen pasando por estas experiencias. En las villas no sólo hay otra concepción de la maternidad sino también de la fiesta. Festejar un cumpleaños, por ejemplo, no implica un problema económico, no hay salón, cotillón y demás temas a resolver, se hace y listo. En la clase media todo es más enroscado. Mi propuesta tenía también que ver con recuperar el sentido de la fiesta y festejar sin importar la coyuntura y sin depender de estos lugares que cuestan una fortuna, porque mucha gente no abre las puertas de su casa porque vive en departamentos donde si hay más de 10 personas se desborda todo. La socialización del tema varía también en relación con las clases sociales. No es lo mismo crear un dispositivo, como proponía yo, a partir del cual esto se pueda compartir, que hablar cinco minutos con una madre mientras esperás que tu hijo o hija salga de la escuela. Son dos cosas totalmente distintas.”

 

¿Por qué pensás que esa trama que se arma tan naturalmente en las villas o en barrios populares no puede replicarse en las clases medias de las ciudades grandes?

 

– Yo creo que tiene que ver con una fatalidad de la clase social a la cual pertenecemos. La clase media que tuvo acceso a un sinfín de cosas tiene además más intereses particulares, en vez de pensar qué nos asemeja y nos une al otro. Me parece que es un problema, yo por lo menos lo siento así, el hecho de que cada uno esté tan pendiente de la mismidad y de la cosa pequeña. Es un segmento particular, porque por supuesto hay gente de clase media que son militantes o que trabajan en organizaciones sociales o que simplemente se arman diferente, pero la mayoría tiene esta cosa más egoísta y autorreferencial que los limita a pensar la maternidad y paternidad como algo privado, cerrado. Pero además es un tema de política pública: en los CGP no hay programas de contención a las mujeres que están transitando ese proceso, no hay charlas, desde el momento en que una mujer decide ser madre hasta la crianza. Cuando fui madre por segunda vez me acerqué a una salita de mi barrio para averiguar, y hay una visión tan sesgada de lo que significa ser madre que lo único que hay es gimnasia para embarazadas, como si eso colmara todos los interrogantes que una mujer tiene en el momento de ser madre. Faltan desde el Estado más planes, programas, etc., que contengan a la mujer que decide ser madre, ya sea biológica, adoptiva, de familias ensambladas.

Para vos el segundo hijo fue el quiebre, cosa que en general no se dice de la maternidad, salvo algunas excepciones: el trabajo que implica, las renuncias que trae, los nuevos espacios que abre. Hay todo un imaginario sobre el cual se desprende que ser madre equivale al paraíso.

No se habla del trabajo que implica la crianza y el sostenimiento de un hogar. Creo que desde las prácticas y los discursos cotidianos hay que empezar a visibilizar esta cuestión, seguir diciendo que el lado B de la maternidad es muy fuerte. La maternidad está absolutamente idealizada. Se dice muy poco del desborde emocional y existencial que implica un hijo, la poca ayuda que muchas veces tenemos las mujeres cuando damos a luz: los abuelos no son los abuelitos de antes, también trabajan, están cansados, etc. También hay una cuestión económica en juego de la que se habla poco, y respecto de la culpa, tampoco se llega a hablar totalmente. A ver, ¿cuál es el problema con que un chico esté todo el día con otra persona, si esa persona lo cuida bien? Porque parece que dejar a un chico con alguien es gravísimo y sobre eso también hay distintas versiones desde la “academia” si querés o desde la literatura especializada. Y creo que tenemos que seguir levantando la bandera de que una mujer para ser una buena madre tiene que poder seguir haciendo su vida, eso es fundamental, cueste lo que cueste. Una se puede dejar llevar por la emoción o el cansancio, pero hay que tener un eje y preguntarse: ¿qué madre quiero ser yo? ¿Una madre que siga sus intereses? ¿Una madre gozosa o una madre sufriente?

 

LITERATURA COMO ESTRATEGIA

A pesar de la negativa general, Domenech no quiso dejar completamente el tema de lado. Fue convocando a diversas escritoras y ellas a su vez le fueron recomendando a otras que podían estar interesadas. Fue recibiendo los textos, los editó y en un momento, con dos hijos y esa falta de red de la que habla y que quiere problematizar, sintió que eso era todo lo que podía dar. “A mí me gusta trabajar con un año de anticipación, me interesa que las etapas de la gestión cultural se cumplan: convocatoria, edición, producción, etc. Convocamos a una filósofa especialista en maternidad y género, María Marta Herrera, para presentarlo y complejizar el tema desde otro campo, pero tal vez es algo que termine acá, con el libro, no lo sé”, dice y aclara que la idea, más allá de que prospere o no, es construir una red de voces que suenen un poco más fuerte, porque muchas veces todas estas cosas son dichas casi como en un murmullo por las mujeres, desde “no doy más” hasta “lo quiero matar”.

Domenech observa la plaza como un espacio de salvación, una pasada de descanso y también una mediación para tanta intensidad. “La casa tiene esa cosa de armadura de las horas, que no es todo hermoso, es al revés a veces. Hay momentos muy lindos pero está ese otro momento: esperar a que alguien llegue, que alguien llame, alguien que te saque de esa demanda y asistencia permanente. Una persona que no duerme y tiene que asistir a otra todo el día está definitivamente en una situación de borde. Por eso yo hablo tanto de la red, que fue mi intención con este libro, al menos en términos simbólicos: lo importante de la contención, de compartir.” Siguiendo con las metáforas de las clases sociales, Domenech observa que en la plaza se pone en juego el sentido de la propiedad. “Estoy en la plaza mirando a mi hijo, que es mi propiedad, que nada le pase a MI hijo, como si hablara de mi casa, mi auto, mis cosas. Esto para mí es una trampa. Cuando yo trabajaba en las villas, era “sí, éste es mi hijo pero yo no dejo de mirar a los otros”, como si los lazos fuesen diferentes, lo sanguíneo en un punto se desdibuja y está lo afectivo, la solidaridad, la noción de grupo. La construcción de un lazo que no está dado por la sangre ni por la propiedad. En los comedores populares comen todos y si necesitan apoyo escolar se busca para todos. Se crean espacios de pertenencia independientemente de la coyuntura de cada familia. Las decisiones para la clase media son tenés o no niñera, doble o simple escolaridad. Todo termina quedando en un plano de debate que para mí es la antiutopía de la maternidad”.

 

¿Qué ves en el libro que puede cambiar las cosas?

 

–Que se abre un mundo. Para mí fue importante pensar un proyecto, hacerlo y luego vemos. Hay cosas que hay que hacerlas para ver qué es lo que pasa. La impresión que me dejaron los textos es de poca identificación, pero me parece interesante en términos conceptuales que el material exista, que este espacio esté abierto y leer qué tipo de materiales producen estas mujeres, de este contexto sociocultural y con estas premisas. Porque hay cierta cosa de que de esto no se habla, como si lo que una tuviese para narrar debiera ser bello y ya, está estereotipado qué se puede y qué no sentir.

Tuve una necesidad de escuchar a otras mujeres. Y creo que una se empieza a reír cuando dice cosas de verdad, cuando la deja de caretear. El kilo de más que tu marido te deja de ver es el discurso hegemónico, ojalá fuera solamente eso: algo tan frívolo, tan pasajero. Me parece que de lo que se trata es de una revolución, lo que significa querer ser madre y no en sentido biológico. Hay muchas personas que siguen con su vida como si no hubiese pasado nada, como si no hubiese habido una irrupción. La maternidad es la libertad y por momentos es la esclavitud y hay que transitar esa ambigüedad por lo menos de manera airosa. Y lo que no viene a hacer la maternidad es a realizar ni completar nada, que ése es otro circulante: que la mujer está hecha cuando es madre. La maternidad es el comienzo de algo, no es la realización de nada. Y es la construcción de un vínculo con otro que no se sabe cómo va a ser. Un hijo es una compañía que se deseó. Es sentir una fuerza y una potencia, a sobreponerse de lo que sea.

¡Yapa! Antología de pesadillas con finales felices. Capitán Minerva. 2008.

¿Tamara Sueña? Selva Dipasquale.

Mucho más que eso. La Srta. T viajó varias veces con paso seguro y decidido al corazón de los sueños, con el ánimo de una niña exploradora que te dice cada vez -mirá, lo que encontré.

La Srta. T quiere compartir sus sueños con nosotros y para eso interroga mientras escarba, cava una densa capa de tierra seca, como costras sangrantes, a veces con las manos, otras, con pico y pala, para traemos hasta aquí los objetos de sus sueños.

Yo no sé, en realidad, porqué Yapa se llama Yapa, tampoco se lo pregunté a la autora porque pensé que, en ese punto, mis reflexiones no hubiesen tenido sentido. Entonces, arriesgo una interpretación o equivocación. Este es un libro con yapa. Un libro doble, que no sólo da cuenta de una búsqueda poética sino del esfuerzo, del padecimiento que también, implica, el trabajo de la escritura. Se nota ese esfuerzo por transmitir los sueños tal cual se vivenciaron como quien intenta seguir el recorrido de un hilo transparente. Yapa no contiene las pesadillas de Tamara Domenech sino textos en los que la Srta. T. trabaja la materia onírica. Los objetos son arrancados, extraídos con fuerza de ese mundo visitado a tientas. Y esa transición no es fácil, sino inestable. Todos sabemos que no siempre los recuerdos de un sueño son nítidos y entonces, en Yapa, hay una tensión entre los objetos soñados y los objetos-ahora-iluminados. ¿Podemos, realmente, con nuestra idioma nombrar lo que soñamos? ¿Requeriríamos de otro idioma? ¿O al intentarlo estamos inventando uno? En Yapa, la creación poética se produce justo en ese momento en el que cualquiera de los objetos es nombrado, traído a esta luz. Y de ese proceso da cuenta el libro, entiendo, en dos pasajes: en uno de los textos la Srta. T se refiere a un cuerpo que danza por el sólo hecho de hablar, el acto de pronunciar las palabras tiene el poder, por sí solo, de mover los cuerpos: "... ella hablaba y eran las palabras las que la movían. Nunca había visto algo igual. Por lo general, los coreógrafos, hasta los más expresionistas, terminan forzando la relación entre el movimiento y las palabras. Pero esa chica no forzaba nada, era la encarnación misma de la palabra y la acción...", Y hacia el final del libro, cuando se pone en duda una muerte: "Che, tío ¿vos no estabas muerto?... -¿Te parece que puede estar muerto alguien que sale de una peluquería retro y quiere tomar aire fresco hasta llegar a un castillo? Yapa habla y crea, nombra y crea, mueve, da vida en un puro presente que se despliega con el ritmo caótico del mar.

 ¿Qué nos trae la Srta. T., entonces, de sus viajes? Mucha agua, cuerpos fetales, cuerpos muertos, electrocutados, abusados, cuerpos divididos en territorios, países y banderas; Una casa transformada en zoológico, mucha gente, fiestas, infantiles, reuniones familiares complejas, amigas discriminadas, tremendos enojos, celos terribles, hermanas víboras, trapos de piso rosa muy largos, empanadas de carne y de humita: "las máximas"; Moscas y hasta rampas para espermatozoides, entre otras cosas y seres coloridos, olorosos y variopintos.

La imagen del objeto soñado y del objeto-ahora- iluminado se funden para dar lugar a reflexiones que no sabemos si fueron pensadas durante el sueño, al despertar o días después.

Yapa, no sólo es un libro de viaje a los sueños, sino también de despertares, sensaciones post-sueño y del acto fisiológico de soñar.

Los objetos soñados quieren echar raíces más cerca de nosotros, por ejemplo, aquí en esta mesa podrían estar sentados, y tendrían el mismo derecho a hablar sobre el libro: el Hombre que se convierte en Pantera Rosa, el Hijo Huevo de Pascua o Fideo Dedalito, algunos de los personajes de Yapa. Y eso es lo que estos personajes nos vienen a reclamar: que reconozcamos las múltiples realidades en las que vivimos y que desafían lo que suponemos "habitual": nuestras pesadillas no están en otra esfera sino aquí junto a nosotros.

Los poetas no queremos que nos pregunten qué quisimos decir, sino que quienes leen disfruten y valoren nuestros hallazgos, les otorguen un lugar en esta realidad. Una lectura de Yapa que intente decodificar símbolos no me parece recomendable. Yapa quiere otra cosa, que nos divirtamos, que nos asombremos.

Mientras leía estos textos, no sólo me divertí muchísimo, sino que sentí nostalgia del Italpark, del tren fantasma, ese dejarse llevar en el carrito, dejarse asustar por el esqueleto fluorescente o la araña de cotillón. Uno sabía... pero se dejaba...

Cuando recibí el libro en mi correo, me dijeron "este no es un libro de poemas".

Bueno, hoy voy a desmentir esa idea y no sé si la autora va estar de acuerdo. Claro que, no soy imparcial, escribo poesía y me gusta visitar los mismos basurales paradisíacos que a la Srta. T. Es verdad, que no importa el género, pero en este caso me parece importante aclararlo, porque tampoco Yapa es un libro de relatos de sueños, sino que fuc escrito con la actitud de un poeta. Sólo un poeta (en este caso, una poeta) podría haber escrito estos textos. La Srta. T no toma notas azarosas de lo que ve sino que hace que detengamos nuestra atención en situaciones y paisajes como estos que siguen:

"Bajamos por una de las montañitas asfaltadas que tiene la República de los Niños y vimos una gruta blanca, ojerosa, sucia, nos metimos y lo que había allí era un cementerio de niños"... Me gustaría pensar que las almas de los niños, en todo caso, se juntan para jugar entre ellas donde quieran, en la Repu, en la pile de alguna ciudad o en la calle"

"Eran trapos de piso rosas muy largos que desde la pared invadían todo el piso. Pero la duda que me distrajo fue cómo podían ser rosas si la pared estaba hongueada. Los trapos deberían haberse teñido de verde o negro. -¿Por qué se tiñeron de rosa? -Porque la pared del vecino está invadida por raíces y ramas de árboles que tienen flores rojas. Y como hay humedad, las flores rojas del vecino, tiñen de rosa mis trapos".

"Tenía 30 años pero el crecimiento en ella había resultado algo milagroso. Se le había estirado el cuerpo, como un spaguetti naciente pero conservaba la misma cara que tenia en su infancia".

En Yapa hay un trabajo de edición de los sueños. No sabemos si el que se nos presenta es el orden de lo soñado, sin embargo, las situaciones se hilvanan, e intuyo que a los sucesivos personajes se los estuvo observando para ver si reaparecían en algún otro sueño.

Yapa tiene un espíritu fresco, sincero, profundamente humano, que busca todo el tiempo con un lenguaje urbano y coloquial, hacernos cómplices.

Yapa estimula para que nosotros también tengamos libretita y lapicera bajo la almohada y anhela un mundo en el que nuestros sueños se entrecucen.

Dormirse sí,

pero abrir la puerta

para ir

a soñar.

FULL SCREEN al sueño. Antolín. 2008

Anoche tuve un sueño muy raro en el que yo vivía en un hotel extranjero, encargaba comida todo el tiempo y había aumentado muchos kilos. Había perdido toda mi juventud, mi vida no tenía futuro, o ese era el futuro de mi vida, el que ahora no puedo ver de tan oscuro, y en verdad era un futuro muy dark, pero no me importaba. Ya casi nadie me reconocía, y los que sí podían, fingían no recordarme. Yo estaba muy solo en una ciudad ajena y en un país extraño. Consumía toneladas de comida de hotel, solo, en el comedor, en las cenas shows o en mi habitación de paredes alfombradas. Para que me dejaran en paz mentía a los conserjes diciendo que era un “AR” (artista reconocido) que había abandonado mi país para planear una futura Gran Obra, una instalación tan conceptual que explicaría todo lo que soy con sólo 2 o 3 elementos. Mientras, me dedicaba a componer mentalmente prólogos de libros que me habían gustado mucho a lo largo de mi vida. Yo era un prologuista mental muy feliz, no era para nada angustiante el sueño. Mi gordura también me hacía feliz. Me hacía sentir seguro.

El libro que tenía que prologar en mi sueño era uno rarísimo y divertido, un compendio de pesadillas de terror feliz de una chica llamada TD. Yo llevaba una copia vieja muy deteriorada del libro, impresa, fotocopiada y anillada con tapas transparentes; la llevaba a todas partes (es decir: del comedor al lobby y a la habitación, ya que nunca salía del hotel). No sé de dónde había sacado esa copia, porque el libro aún era inédito. Tal vez conociera a la autora en mi juventud y ella me lo había dado para prologar y nunca lo hice, nunca tuve tiempo, porque en esa época desperdiciaba mi vida con drogas fuertes, relaciones tormentosas y una carrera de artista posmoderno frustrada. Ahora que mi vida estaba acabada, que no tenía amigos ni pareja, ni trabajo ni grandes adicciones, tenía tiempo para realizar los encargos que de verdad habían sido importantes. También es posible que el libro no haya existido ni en mi sueño, que haya sido soñado dentro del propio sueño, es posible. En mi prólogo yo intentaba ser un analista profundo y dar muestra de mi cultura literaria, pero terminaba hablando en un lenguaje sucio y bastante pungui hasta para el medio literario independiente. Por ejemplo, incluía expresiones de cantitos de cancha, como : “TD sos lo más, esta noche te vine a alentar”, lo cual me convertía en un prologuista muy malo pero pasional. Yo era un barrabrava de sueños, un hincha que seguía a TD a todas partes; donde soñara le iba a hacer el aguante. Porque TD era un sentimiento. ¡TD era el DREAM TEAM! ¡TD era también DT! Entonces el prólogo por momentos se volvía un pogo violento de la banda de rock de mis sueños. TD era una chica metalera de sueños punks, y yo su fan número uno.

Pero a veces me rescataba e intentaba meter alguna referencia de la literatura onírica universal, comparaciones con libros perturbadores clásicos de terror personal, los más darks porque son los que más me gustan a mí. Obviamente que el libro de TD también era re dark, por eso me gustaba. Por ejemplo en mi prólogo mental yo decía que TD era como un protagonista de Kafka (pensaba en K. de “El Proceso”) pero bardero, que no se quedaba callado, ni se dejaba llevar de la nariz por el ritmo de las situaciones y los personajes de turno; al contrario, al caos TD metía más caos, más miedo, más crueldad y más conflicto. Y ahí es donde el contenido se volvía bien heavy, absolutamente yeah, baby! También decía que TD era más ansiosa y más zarpada que Alice in the Wonderland porque manejaba igual de bien que sus personajes / adversarios / amigos / amantes el arma que ellos también intentaban usar contra ella: la crueldad. Ante situaciones crueles Taty tomaba decisiones crueles: amenazaba, se iba a la mierda, amaba, peleaba, salvaba, besaba, cogía, se burlaba, se reía, conquistaba, escrachaba o pedía perdón. TD en sus sueños era como un animal salvaje imposible de domesticar, porque venía con toda la locura impotente de la realidad catastrófica (que ya es mucho más hardcore que los sueños) y de ese modo enloquecía a sus fantasmas, montaba zoológicos caseros para satisfacer impulsos maternales frustrados o empujaba recuerdos por el hueco de los ascensores. Violencia y autofé. ¡Aguante! Casanova, “AR” y bully de Colegio Nacional Buenos Aires. En la Second Life ya todo es posible. No hay que pedirle permiso a nadie. La vida real nos hace blandos y la vida en sueños nos hace duros.

Finalmente me desperté. Estaba siendo víctima de un interrogatorio por parte de los conserjes del hotel, un interrogatorio sobre mi situación personal, mi lugar de origen, el estado de mis cuentas, etc. Me desperté porque me estaban bardeando demasiado, y yo la verdad no me la banco mucho, yo abandono  en la etapa pre-pesadilla, soy tímido y reservado e intento tener un buen trato con los fantasmas de mi pasado.

Seguro que TD se habría ido corriendo del hotel sin pagar. Sí, ella hubiera hecho la suya.

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